Estoy atrapado. Me cuesta respirar, pero no porque me falte el
aire; creo que es la tensión. Estoy aquí, escribiéndote, porque quiero
que estés conmigo. En más de una ocasión me ha parecido verte a mí lado.
Pero no puede ser. No es posible.
Esta situación llega incluso a
parecerme cómica, alguna risita histérica borbotea de vez en cuando por
los labios de mi mente. Creo que me estoy volviendo loco. Me vuelvo
loco y tú no estás conmigo para ayudarme; aunque ya te veo a todas
horas. Quiero que estés aquí. Deberías verme, te sorprenderías: siempre
he pretendido ser elegante, gustarte continuamente. Ahora estoy tirado
en la cama, encorvado sobre las teclas del portátil donde escribo,
iluminado sólo por una tenue luz de emergencia.
Tendría que
continuar pensando... pero ya no puedo, estoy demasiado cansado,
demasiado aturdido y en estos días he tenido tiempo suficiente para
pensar en ti, en mí: en nosotros. He pensado tanto que ahora las ideas
se escapan por mi boca abierta, atravesando la barrera que forman mis
temblorosos labios.
Pero, a pesar de todo, sigo creyendo que todo saldrá bien.

No hay comentarios:
Publicar un comentario